Opinión

Nosotros, los derrotados

Como con la Copa, nos volvemos a encontrar con una causa justa en torno a la que unirnos: sin banderas, ni complejos, ni prejuicios

Sigo pensando que este club es único; que la resistencia ante la adversidad es la mejor bandera que jamás tendremos

Sigo pensando que este club es único; que la resistencia ante la adversidad es la mejor bandera que jamás tendremos

La derrota es un gran motor literario. Las mejoras canciones de amor se alimentan del despecho; las grandes conquistas sociales surgen de la frustración; las grandes naciones nacen a partir de un grito: libertad. Cuando peor estamos, solo podemos ir a mejor.

Hay sociedades, por supuesto, que se alimentan de la conquista, como la castellana, la americana o la nacional-madridista. Han construido su épica nacional en torno a la victoria aplastante. Nosaltres els valencians, tan diversos, esquizofrénicos e incomprensibles como cualquier sociedad, celebramos una victoria, cada 9 d’Octubre, entre debates identitarios, y una desfeta, cada 25 d’Abril, entre suspiros y lamentos.

Los granotes no hemos tenido elección. Nuestra historia está cosida con el hilo del fracaso. Hace poco descubrí en Twitter una cuenta que se dedica a conmemorar fiascos. La lleva Dean Burrier, un estadounidense nacionalizado levantinista que nos conoce mejor que nosotros mismos, aunque viva a 7.000 kilómetros del Cabanyal. Podríamos escribir una historia social del levantinismo saltando de derrota y derrota y sus consecuencias en una afición menguante durante décadas. La fusión contra natura del 39; el exilio forzado del Cabanyal; la marcha en el peor momento al nuevo estadio; el hundimiento tras las expectativas de los fichajes de Caszely o Cruyff; la disparatada decisión de llevar a Buñol la cantera; la pérdida de referentes generacionales como Vicentín o Pepelu… Cada década sumamos traumas y cicatrices.

La derrota, sin embargo, también puede ser una oportunidad. Estos días se ha cumplido el primer aniversario desde que la Federación reconoció, al fin, la Copa de España Libre. Fue el final de un camino de dos décadas que movilizó a historiadores, políticos, medios, peñas y al propio club. A partir de una derrota (aquella copa eliminada de los registros por el totalitarismo), construimos un objetivo común, unos héroes, una épica. Por el camino, ganamos mucho más que un título. Construimos comunidad en torno a unos valores. En este caso, valores tan necesarios como la justicia, la memoria y el respeto a nuestros mayores.

Estos días, el club se ha embarcado en otra aventura maravillosa: devolver a nuestro fundador y a su esposa al Cabanyal. 115 años después de poner en marcha el Llevant Football Club; medio siglo después de ser enterrado en París, donde se exilió por motivos políticos. 

Como con la Copa, nos volvemos a encontrar con una causa justa en torno a la que unirnos: sin banderas, ni complejos, ni prejuicios. Solo un objetivo: cumplir la voluntad de un hombre decente; honrar la memoria de una de las familias gracias a la cual nos reunimos cada 15 días un siglo después; tener un panteón al que peregrinar cada mes de septiembre para celebrar que somos levantinistas y aún seguimos aquí. 

La operación, liderada por Puri Naya, está siendo fascinante. La nueva jefa de prensa del club entiende el terreno que chafa, y está galvanizando energías dispersas que llevan -llevamos- más de 15 años soñando con cumplir esa última voluntad. Sería hermoso conseguirlo, ahora que no pasamos el mejor momento.

Si el presente no te satisface, la memoria es un refugio tan válido como cualquier otro para no desfallecer. La alternativa es la deserción, y a estas alturas no vamos a buscarnos otro equipo. Sigo pensando que este club es único; que la resistencia ante la adversidad es la mejor bandera que jamás tendremos y que, el Levante, después de todo, más que un equipo de fútbol es un género literario.

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